Todo empezó mal.
La agencia de viajes que gestionaba los
tiquetes de mi oficina me avisa que, conforme con las políticas internas tenían
que hacer la reservación más barata disponible para un vuelo Bogotá - Madrid y
oh sorpresa! con una diferencia de tan sólo 15 Euros, resulté en Iberia. Vuelo
nocturno que llega a España hacia el medio día y que trata de evitar el jetlag.
Al intentar hacer el check in por internet me
contestaba una y otra vez que era imposible habilitar mi entrada. Ya en el aeropuerto la asistente de Iberia me
confirma mi temor: mi silla era la última del pasillo, no reclinable al lado
del baño y de la estación de azafatas de la cola del avión; de allí su
"cómodo" precio. Me esperan 8 horas en esa silla.
Una vez estoy sentada me confirman que el
vuelo tiene lleno total, así que es imposible cambiar de silla. Voy equipada
con mi ipod y un libro. A mi lado un hombre de unos treinta y muchos o cuarenta
y pocos se sienta. Corte de pelo “me lo corto yo solo”, vestido de color
marrón, barba descuidada. Amablemente me pregunta si viajo sola... su
amabilidad viene contaminada con un serio problema de halitosis, aquella
pestilente y fiel residente de los conductos de ciertos humanos. Él, con mucha
dulzura me pregunta para donde voy, me cuenta que viaja a tierra santa y que
Madrid es sólo un puerto de tránsito... yo pienso: "Hijo mío, ruega por tu
alma, porque ese cuerpo está podrido".
Aún no ha despegado el vuelo.
De repente, de la nada un grito desgarrador, a
5 sillas y 4 filas de distancia. Una chica se para y grita, hace ruidos como de
posesa...
La madre se para, la abraza y la logra
calmar... siempre hay gente con ataques de pánico en los aviones, pero menos
mal existe todo un catálogo de fármacos que evita este tipo de situaciones embarazosas...
Subo el volumen del ipod, trato de concentrarme en mi libro.
8 minutos más tarde "AGGGHHHRRUUUUUUAAAA" el mismo grito, esta vez
medio ahogado, pero igual atemorizante. El caballero del lado, apunta
"pobre chica, debe tener alguna enfermedad"... y si tiene TOURETTE... primer
caso en vivo y en directo de una enfermedad que siempre sale en la tele.
Despegamos, la chica con Tourette continua
profiriendo gritos y gruñidos y mi ipod está apagado por orden del capitán. Mi
amable compañero de viaje insiste en propiciar una conversación sobre su
transformación espiritual, su necesidad de recorrer tierra santa y cómo la fe
lo mejora todo (la halitosis y el Tourette???) le ofrezco un imbatible
Clorets, pero lo rechaza porque los chicles estropean los dientes.
Cuando
mira mi libro “Haunted” de Chuck Palahniuk inicia una diatriba sobre cómo
uno sólo debe leer literatura inspirada en la mejora del espíritu, es decir,
todo lo contrario a lo que yo hago llenándome de motivos para descreer en la
humanidad, en los desconocidos, en todo.
El capitán anuncia que a partir de este
momento se pueden utilizar los aparatos electrónicos (MI IPOD) y los baños...
maravilloso, muchos de los pasajeros vienen aguantando un buen rato así que se
apiñan sobre el corredor en el que mi maravillosa silla de promoción está
ubicada, corredor estrecho, digamos lo que se asemeja a cualquier medio de
transporte masivo donde hay gente de pie, que se apoya, empuja, recuesta sobre
quienes están sentados... pero además es frente a un baño... con olor a baño,
de avión! Es decir una mezcla entre cloaca y potente desinfectante no que
alcanza a actuar antes de ser invadido por otra nueva carga. Uno a uno van pasando, algunos descaradamente intentan leer mi libro, otros me hablan sobre su "prisa de entrar al baño" y muy pocos se lavan las manos después de salir.
Es imposible, no puedo leer, tengo gente
recostada en mi hombro, los malos olores me atacan por ambos flancos, la chica
con Tourette está empeorando, el volumen de la música no logra tapar sus
aullidos, el hombre a mi lado ha empezado a leer pasajes de la biblia en un
audible murmullo.
Empieza la película “Click” con Adam Sandler
¡Qué maravilla! afortunadamente, el avión es viejo y sólo tiene una pantalla
grande en el centro de la cabina, que es absolutamente imposible divisar desde
mi lejana silla.
De repente salen las azafatas para repartir la
comida. Obviamente se que seré la última persona en recibir la comida. Espero
por casi 40 minutos y en cuando finalmente llega mi turno la azafata dice
apenada “Lo sentimos mucho, solo queda una comida vegetariana, que alguien
pidió pero no aceptó y pasta con salsa de crema”. Mi intolerancia a la lactosa
me obliga elegir el plato vegetariano, con lo cual comí unas fantásticas
“habichuelas” (vainita verde, chaucha, judía) con maíz de lata y zanahorias
hervidas con aderezo de limón. -“Señorita podría pedirle un gin tonic” le
pregunto…
-“Muy bien, pero le aviso que en los vuelos
nocturnos solo ofrecemos un trago por pasajero para evitar que importunen a
otros pasajeros”… ahh menos mal, porque a mi nadie me está importunando.
Mientras comía, mi vecino insistía en
hablarme, en comentarme que su renovación espiritual también incluía cambios en
la alimentación y abandonar el alcohol… y yo pensaba, “capaz que un tequila o
un whisky mata todo germen en ese tracto…”,
obivamente era más que repulsivo intentar comer.
Cuando los demás pasajeros intentaban dormir,
la azafata decidió pedirle a la madre de la chica con Tourette que la
trasladaran a un espacio donde molestara menos, dado que sus gritos no permitían
conciliar el sueño. ¿Y qué mejor sitio que la estación de azafatas, justo al
lado de mi silla?
A lo largo del vuelo, intuyo que muchos intolerantes a la lactosa han tomado la opción de la pasta con crema. El baño se asemejaba entonces al de un estadio de fútbol...
No dormí, no comí, no pude leer, pero todo lo
fingía, con tal de que mi compañero de silla no me hablara. Al Ipod se le acabó
la batería unas muchas horas antes de aterrizar (maldito nano 1).
Llegamos a Madrid, me bajé liberada a esperar
mi maleta. Ella, también liberada no quiso llegar conmigo.